Tras la resolución
de la Asamblea de Naciones Unidas de diciembre pasado respaldando la idea
parecía que no había más discusión que saber cómo conseguirlo: la Cobertura
Universal de Salud (CUS) sería la gran apuesta del sector para la agenda
post-2015, la que, en teoría, debe sustituir a los actuales ODM. La cosa estaba
cruda, porque muchos han defendido –y siguen defendiendo- que después del boom
de la década del 2000 a la salud se le ha pasado el turno. Pero los reiterados
llamamientos de la OMS a centrarse en una única meta para soslayar el
divide-y-vencerás parecían haber dado fruto: todos a favor la CUS.
La Cobertura Universal de Salud es un sistema por el que un país proporciona a sus ciudadanos un paquete básico de servicios de salud sin que ello les ponga en riesgo de gastos catastróficos. Suena excelente, pero no está exento de polémica: dejando al margen lo problemático de definir quién puede acceder, a qué y quién lo paga, la principal crítica nace de la evidencia de que el acceso a servicios, aunque importante, no es el único factor para aumentar el estado de salud de los individuos. Determinantes sociales tan poderosos como la educación, el agua y el saneamiento, el estatus socio-económico y otros pueden, en ocasiones, tener igual o mayor influencia. En definitiva, la CUS no es un indicador de resultado sino un medio de intentar conseguir más salud, por lo que, según sus oponentes, no sirve como objetivo del milenio.
Así las cosas, a la susodicha le
ha salido una
seria competidora: la esperanza de vida. Se trataría de fijar unas metas de
ganancias en años de vida al nacer para los países menos desarrollados, sean en
términos absolutos (alcanzar los 60 años en una década, por ejemplo) o
relativos (aumentar un 10% anual durante la próxima década, otro ejemplo).
Parece fácil, pero no lo es. La esperanza de vida media no mide su reparto entre grupos
poblacionales desiguales, lo que podría llevar a la paradoja de que un país
la mejorara al tiempo que incrementa la distancia entre los grupos que viven
más y los que menos. Para solucionarlo podrían establecerse metas de aumento de
años diferenciadas por poblaciones según su punto de partida. Eso tampoco está
exento de dificultades técnicas, empezando por las enormes deficiencias de
registro de individuos en la mayoría de países pobres: lo
que no se cuenta, no existe.
En el trasfondo del debate subyace
la cuestión de si preferimos poner nuestros esfuerzos en la equidad en el
proceso (CUS) o en el resultado (esperanza de vida). Aunque como argumenta Amartya
Sen, puede que ambos aspectos sean indisociables.
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