Es conocida la relación entre
desigualdad de ingresos y mortalidad infantil en países en
desarrollo, e incluso el hecho de que los niños de países de ingresos medios
con mayores tasas de desigualdad doméstica tienen
menos probabilidad de recibir intervenciones sanitarias esenciales que los
de países más uniformemente pobres.
Una interpretación espontánea de
estos datos, que es la que sugiere
UNICEF, es que no se trata tanto de una cuestión económica como de voluntad
política: al fin y al cabo, insisten, las cifras no establecen una relación
entre la riqueza nacional medida por el PIB de los países y el correspondiente grado
de bienestar infantil (que además de la tasa de mortalidad infantil incluye
otras dos variables).
¿Pero qué ocurre si en vez del
PIB empleamos el índice de desigualdad económica interna como indicador? Eso es
lo que hicieron D. Collison y sus colegas en un artículo aparecido en 2007 en
la revista Journal of
Public Health. Utilizando datos publicados precisamente por UNICEF
entre 2003 y 2006 y que correspondían al período 2001-2004, relacionaron el
nivel de desigualdad de los 21 países más ricos de la OCDE para los que
disponían de datos con sus tasas de mortalidad infantil, en esta ocasión antes
de los cinco años.
Los resultados fueron
contundentes: existía una fuerte correlación entre el nivel de inequidad en la
distribución de los ingresos dentro del país y la tasa de mortalidad infantil
(<5 años). Dicha correlación persistía incluso al excluir en el análisis a
EE UU, para eliminar el posible grado de distorsión del gigante norteamericano:
Es cierto que los criterios de
UNICEF son diferentes (mortalidad hasta los 12 meses y lista más amplia de
países) y tal vez el mismo análisis arrojara otros resultados. Ello no obsta
para creer que las conclusiones de Collison y sus colegas podrían seguir siendo
actuales, y que lo que de verdad amenaza la vida de los niños no es el nivel de
riqueza del país sino su distribución desigual.
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